domingo, 26 de diciembre de 2010

Unas fiestas muy especiales

Capítulo IX: Unas fiestas muy especiales

Capítulo dedicado a mi amiga y lectora catalana M. Eugènia Creus-Piqué. Para que este próximo año te llene de salud y de energía.

Al abrir los ojos, vi todo blanco. No sabía dónde estaba. Notaba un fuerte dolor en el hombro izquierdo y una debilidad generalizada que no era usual en mí.
Al mirar hacia la izquierda pude ver a la inspectora Hidalgo llorando.
De repente, todos los recuerdos se agolparon de nuevo en mi cabeza.
- Candela –me intenté incorporar inútilmente- ¿cómo está Lluis? ¿Y Antonio?
No me contestaba.
- Contéstame o me arranco las vías y me arrastro hasta información –grité desesperado.
- Vicente –me puso una mano sobre el pecho para que no me moviera- ahora no te puedes levantar. Te han operado del hombro y has perdido mucha sangre. Antonio está bien. Tiene una fractura en las costillas, pero se recuperará pronto.
- ¿Y Lluis?- insistí ansioso.
- Vicente, tienes que prometerme que no te vas a alterar, de lo contrario los médicos me reñirían…
- Al carajo los médicos.
- Pues, el inspector Miró… -dos lágrimas resbalaron por sus mejillas- … está en coma.
Al instante noté como si me hubieran clavado un cuchillo en la espalda.
Me sentía culpable, responsable por no haber podido evitar tamaña desgracia.
- Pero –carraspeé, saqué fuerzas de la nada- ¿qué dicen los médicos? ¿Saldrá de ésta?
- Dicen… Dicen que lo más seguro es que no –sin poder evitarlo, se echó a llorar de nuevo.
No podía creer lo que oía. Lluis, con toda la energía que tenía, con todas las ganas de vivir, a un paso de la muerte.
Sin embargo, yo había aprendido que a la muerte no había que tenerla miedo. Nunca. Había que mirarla de frente.
Años atrás había sido sometido a un tratamiento horrible que había minado mis esperanzas junto a los malos augurios de los médicos. Pero me harté y dije: “Y una mierda, conmigo no puede ni Dios”. Y así fue. Conmigo no pudieron. Ni los doctores, ni el maldito tratamiento.
Así que me centré en esos recuerdos.
- No llores, Candela –le acaricié una mano- si lucha, vivirá, y Lluis siempre lucha.
- Vicente… ¿tú crees que podrá…?
- Sí… pero necesito que me den un calmante y que me lleven a donde esté. Tengo que decir unas palabras mágicas.
- ¿Cómo puedes tener valor para decir tonterías en esta situación? –me preguntó histérica.
Yo, que sabía como tratar un shock, me preparé.
- Como no traigas ya a un médico, a una enfermera, o a lo que sea que me lleve hasta Lluis, cuando me levante, te mato.
El caso es que siempre funcionaba. Me metía en mi papel de loco y funcionaba. Sobre todo cuando se lo decía a personas en un estado de nervios exasperante.
Que qué le dije a Lluis. Pues lo que tenía que oír. Que había personas que le necesitábamos (entre ellas yo) y que no podía ser tan desagradecido como para dar la espantada a esas alturas. Además, le prometí algo que sabía, le iba a interesar.
Le aseguré que pasaría con él las Navidades en Catalunya si se recuperaba (era algo que me había ofrecido muchas veces, pero que había rechazado por friolero y bobo) y le anuncié que Antonio y Candela se apuntarían al viaje si se ponía bien.
Y ya te digo que si se recuperó. Yo sabía que me había oído. Y en efecto, me oyó.
Tardó tres días en despertarse, el muy bribón y, para mayor sorna, Candela, Antonio y yo le canturreábamos: “Y al tercer día resucitó…”. A sabiendas de que era un ateo militante.
Con todo, pasamos unas fiestas muy especiales, nos conocimos más, olvidamos el trabajo, estrechamos nuestra relación y recordé, después de muchos años, que la vida siempre vence a la muerte.



* FUENTE DE LA FOTOGRAFÍA: barbolax.blogspot.com

viernes, 26 de noviembre de 2010

Continuará

Capítulo VIII: Continuará          



Capítulo dedicado a mi amiga y lectora catalana Anna Jorba Ricart.  
                   




El cielo estaba nublado cuando llegamos a la finca del señor Cisneros, la cual se encontraba a la afueras del Escorial.
- Un paraje cautivador- comenté al salir del coche de forma inconsciente.
- Lo cautivador resulta peligroso. Estemos alerta- advirtió Lluis.
Tras llamar a la puerta, una joven nos recibió gentilmente y nos condujo hasta la sala de estar que se encontraba en la segunda planta para que nos pudiese atender “el señor”.
- Pues no sé para qué le hace falta a este hombre robar. Tiene de todo, ¿no crees?
- Antonio, cuanto más se tiene más se quiere. Parece mentira que lo digas tú, que en cuanto ves una chupa que te gusta te la quieres comparar.
Se sonrojo como hacía siempre y no contestó nada.
Antonio y yo habíamos salido juntos muchas veces después del trabajo y era una de las personas más caprichosas que conocía. Era, en definitiva, un niño.
- Señores, sean bienvenidos a mi hogar.
- Buenos días, señor Cisnero- me acerqué para estrecharle la mano y señalando a mis compañeros…- Estos son el inspector Jiménez y el inspector Castells. Mi nombre es Vicente Ares y soy inspector jefe de la Policía Nacional. Queríamos hablar con usted sobre un cuadro robado. Una serie de personas le han acusado de implicación directa en el caso y queríamos...
- Sólo declararé ante un juez. Y, a no ser que tengan ustedes una orden judicial para realizar una inspección, les ruego que abandonen mi casa o me veré obligado a denunciarles por allanamiento de morada.
- ¡Vaya! Pronto se le acabó la hospitalidad- saltó Antonio.
- No dude que la traeremos y que usted será llamado a declarar- le aseguré- pero mientras tanto tendrá a una patrulla que le siga día y noche, no sea que el pájaro quiera volar. Es más, esta misma noche traeremos la orden judicial para registrar su casa. No intente nada raro. Está vigilado.
Acto seguido, bajamos las escaleras y volvimos al coche.
- Éste esconde algo, pero tiene un as en la manga, te lo digo yo- aseguró Lluis.
- Lo comprobaremos esta misma noche- sentencié impaciente.
Y en efecto,  esa misma noche volvimos con una orden judicial de registro que no dejaba lugar a dudas.
Al llegar al chalet nos encontramos la puerta abierta.
- ¡Qué raro!- exclamé mientras mis dos colegas sacaban el arma- ¿señor Cisneros?
Cual respuesta oímos un disparo y un grito que provenía de la planta de arriba.
Subimos a toda velocidad por las escaleras con las pistolas en alto y al llegar arriba…
¡Nos encontramos al señor Cisneros en el suelo, con una pistola al lado y cubierto por un charco de sangre!
Enfundamos el arma y nos dispusimos a atenderle cuando se fueron las luces.
Lo siguiente que recuerdo es que el supuesto muerto resucitó y me disparó en el hombro.
Dos "armarios" surgieron de las sombras y apresaron a mis compañeros.
Lluis forcejeó con el hombre que le sujetaba y se abalanzó contra el señor Cisneros. Hubo un disparo.
Luego perdí el conocimiento por completo.

viernes, 19 de noviembre de 2010

Después de la tormenta viene...

Capítulo VII: Después de la tormenta viene…           
El cielo plomizo parecía cerrar la mañana. Encendí la radio para oír las noticias:
“Son las 8, las 7 en Canarias. El PSC ha dado la vuelta a las encuestas. Ángel Llorente, Barcelona”.
“Así es, Jordi. Contra todo pronóstico José Montilla ha arrasado en las elecciones. Según todos los analistas políticos, esto se explica por la debacle histórica del Partit Popular de Catalunya, que con el 2,5% de los votos se queda fuera del Parlament…”.
Parecía que los catalanes no se habían dejado llevar por las encuestas. A ver cómo me encontraba a Lluis. Él era del PSC.
- Ya ves, Vicente, en Catalunya la gente es muy participativa. La abstención ha bajado al 20%. Y hemos ganado…
- Bah, yo de política no entiendo- comentó Antonio entre bostezos-, pero siempre digo lo mismo: al que elija la gente, bien elegido está.
-Sobre todo si la abstención es baja.
Yo tampoco entendía mucho de política, al menos de la política de la que se hablaba de forma histérica en los medios de comunicación. Para mí, la política era algo importante, pero también lo era, y mucho, el orden.
- Bueno, bueno,… y ¿qué se sabe del hallazgo de nuestro héroe?- preguntó con sorna Lluis.
- Pues según la jefa, que está que trina,…
- Según la jefa, que está que trina, en cinco minutos al despacho- Candela pasó por el despacho como lo hubiera hecho un huracán.
- Ésta mujer consigue levantarme dolor de cabeza- me quejé de mala gana.
En efecto, a los cinco minutos llamamos a la puerta de su despacho.
- Pasen- contestó de forma seca.
El despacho tan ordenado como siempre, tan clásico, tan señorial…
- Pueden sentarse- indicó las tres sillas de siempre.
- Primero- carraspeó- quería felicitar a Lluis por el triunfo del PSC.
Sorprendido, mi compañero se puso colorado y susurró un “gracias” casi inapreciable.
- Segundo. Vicente, le reitero lo que le dije ayer por la tarde.
Mis compañeros me miraron con cara de sorpresa, pues no sabían de qué iba la cosa.
- Y tercero y más importante, el documento secreto que, al parecer estaba adherido al cuadro, ya no lo está. Encontró la pista, pero no resolvió el caso, Ares.
- Lo suponía- aseguré inmediatamente.
- Ahora la investigación continúa. Los de laboratorio me han dado esta dirección- me extendió la tarjeta de un tal señor Cisneros.- Deben hablar con él. Al parecer podría estar metido en todo el ajo.
- Muy bien, intentaremos averiguar cuál ha sido su implicación en el caso.
Al salir del despacho…
- ¿Cómo que lo que te dijo ayer por la tarde?- preguntó Antonio.
- ¿Eso es a lo que más importancia le has dado de todo lo que nos ha contado?
- No respondas con preguntas, don Juan- dijo Lluis.
- ¡Ya está! Vamos a preparar las cosas, que nos espera una buena tarde.
Parece que los convencí. El caso es que no me volvieron a preguntar.
Como es lógico, lo que me había dicho la tarde anterior es que lamentaba la bofetada que me había dado, pero eso yo no se lo iba a contar a mis colegas. A veces eran crueles y yo no quería más conflictos. 

* FUENTE DE LA FOTOGRAFÍA: ucm.es

lunes, 15 de noviembre de 2010

La venganza se sirve en plato frío

Capítulo VI: La venganza se sirve en plato frío

Capítulo dedicado a mi madre, que hoy cumple años para alegría de todos los que la conocen y de mí, especialmente. 
Que disfrutes de este capítulo como he disfrutado yo de tus relatos.
Ella es la impulsora de mi invención y mi pasión por la literatura. Gracias y felicidades.

Después de un fin de semana de impaciencias y nerviosismo, antes de entrar en la cafetería que hay debajo de la oficina, donde sabía que estaban mis compañeros junto a la inspectora Hidalgo, recordé las palabras de mi profesor de Latín, Aitor:
“La venganza se sirve en plato frío”. Ahora me disponía a servir la mía propia.
Practiqué una de mis patéticas sonrisas burlonas y me dispuse a comenzar el show.
- Buenos días, inspectora Hidalgo- saludé amistosamente mientras me sentaba en la silla libre que había justo enfrente de donde estaba sentada Candela.
- Hombre, parece que el fin de semana le ha calmado, ¿ya se le pasó el cabreo?- al tiempo que preguntaba sonreía cruel, como ella era.
- Vicente, te he llamado el fin de semana y no me has contestado- me susurró Antonio.
Lluis me saludó con un gesto, cabizbajo aun por el ridículo que habíamos protagonizado el viernes anterior.
- Pues yo diría que sí, o mejor dicho que no. Nunca estuve cabreado, aunque sí molesto por sus malas mañas.
- Me ofende, inspector- debía de sentirse muy orgullosa de su broma.
- Sin embargo, estoy convencido de que la que va a cabrearse hoy es usted. A fe mía que así será- después de decir esto emití una sonora carcajada, practicada con anterioridad, al estilo de las de las películas de terror.
 Me miraron los tres contrariados. Creo que pensaron que había perdido la cabeza.
- ¿Porque debería cabrearme?- preguntó, recelosa, Candela.
- Porque el cuadro ya había aparecido para cuanto nos intentó gastar la broma.
- No puede ser- Lluis, contrariado, saltó de la silla.
- Pues sí.
- No me lo creo- dijo Antonio.
- Yo tampoco- la inspectora parecía algo nerviosa.
- Vamos a la oficina, pues.
A continuación, los cuatro nos levantamos y nos dirigimos a la oficina que estaba a escasos metros del café.
Ya en el laboratorio…
- ¡No es posible!- Candela parecía fuera de sí- ¿cómo es que no me avisaron?
- El inspector Ares nos aseguró que él mismo le daría la noticia- el pobre Ricardo me miró con cara de póquer.
- No te preocupes, Ricardo, todo está bien. Luego te lo explico- le dije intentando tranquilizarle.- Si me acompaña le aclararé todas sus dudas, inspectora Hidalgo.
Todo estaba saliendo según lo previsto. Estaba pletórico. Había hecho un gran papel y estaba muy orgulloso de mí mismo. Pero aun quedaba lo mejor.
- No puedo comprender cómo actuó de esa forma tan irregular- me gritó en el despacho.
- ¿Me va a hablar de irregularidades, usted que nos intentó chulear?
- Sí, pero a nosotros podías habernos dicho algo- se quejó Lluis.
- ¡Qué vergüenza!- refunfuñó Antonio.
- ¡Bah!, sois unos bocas. A la mínima os hubiera pillado.
Los dos me miraron con cara de pocos amigos.
- Los hechos fueron los siguientes- carraspeé para hacerme el interesante.- Una vez confirmé en laboratorio que era el original, vine al despacho de la inspectora a informarle del hallazgo que, inesperadamente, tuvo lugar el jueves por la tarde. Y cuál no fue mi sorpresa cuando la escuché hablando con su tío, nuestro muy querido antiguo jefe (la puerta estaba entreabierta)…
- Es usted un miserable…- yo creo que casi me da una bofetada de la rabia.
- Tendrá que oírlo. Quiera o no- ella calló- Bueno, pues como iba contando, la conversación era realmente jugosa. Se trataba de la broma que le iba a gastar a tres ineptos inspectores que por casualidades de la vida éramos nosotros. Así que la cosa era bien fácil. Hice como si nada y rogué que no pasase por laboratorio. Mis súplicas fueron escuchadas y la farsa continuó hasta hoy…
- Es usted un fatuo y un intrigante…
- Inspectora creo que lo segundo también se lo puede aplicar.
Lluis y Antonio rieron con ganas.
- ¿Cómo se atreve a escuchar las conversaciones privadas de los demás?
- Pues mire, no es costumbre, pero estaba usted con unas risas que no la quise interrumpir y cuando escuche mi nombre junto al calificativo de inocente… Por cierto una risa angelical y cantarina.
Mis compañeros estaban que se tiraban por el suelo.
Sin previo aviso, Candela me pegó una bofetada y salió del despacho.
Se hizo el silencio.
- La tienes en el bote- dijo descaradamente Antonio.
- No sé, no sé… pero lo que está claro es que al final la broma le ha costado cara.
Con todo, tras cobrarnos la broma del viernes, fuimos a nuestro despacho para continuar la tarea.

viernes, 5 de noviembre de 2010

Pasos en falso

Capítulo V: Pasos en falso

Capítulo dedicado a mis queridas lectoras gallegas: Marisol y María Jesús.


Después de leer y releer los informes de la policía británica, la inspectora Hidalgo nos facilitó una lista de locales de decoración clásica para que pudiésemos comenzar la investigación.
Es cierto que era la parte más entretenida del trabajo, pero en una mañana como ésa, de noviembre, fría y apagada, apetecía entre poco y nada salir de nuestro refugio: la oficina.
De todos los locales que visitamos sólo fue provechoso, para nuestro propósito, uno de ellos. Se trataba de un habitáculo oscuro, en una planta baja, dirigido por un chino.
- Nosotros querer saber sobre cuadro de Shallot, sobre cuadro de Dama- me dirigí al tendero mientras entrábamos los tres al establecimiento.
-  Y yo quiero que me hable normal, que soy chino pero no tonto- me contestó de mala gana.
Lógicamente mis dos compañeros comenzaron a reírse por lo bajo, mientras yo experimentaba un molesto rubor agravado por la sorna.
- Perdone usted. Sólo queríamos saber si tiene información sobre un cuadro llamado “La Dama de Shallot”.
- Pues sí- los tres nos impacientamos- ayer recibimos un ejemplar con ese nombre.
- Eso hay que verlo- sugirió Lluis.
- Desde luego- apostilló Antonio.
Después de poner en la puerta, misteriosamente, el  cartel de cerrado, los cuatro atravesamos un pasillo que conducía a una instancia muy espaciosa que, supuse, era un almacén.
- Acompáñenme, señores- indicó gentilmente el tendero.
- Hay que estar alerta, no sea que se trate de una trampa- me susurró Lluis mientras se llevaba una mano a la pistola.
Recorrimos varios pasillos hasta llegar a una esquina donde había un cuadro tapado por una tela  blanca.
- Gran cuadro, sí señor, gran cuadro- comentó el vendedor- una verdadera obra de arte- carraspeó.- Como podrán suponer, señores, tiene un precio elevado.
Antonio pegó una carcajada. Yo le reprendí con una mirada y dejó de reírse.
- ¿Tendría la gentileza de permitirnos observar el cuadro?- tenía esa pregunta ensayada de toda la mañana.
- Por supuesto.
El hombrecito levantó la tela y pudimos contemplar la prueba del crimen.
- Veamos- saqué una linterna y una lupa.
En una hoja anexa de los informes, encontramos indicaciones sobre el procedimiento para poder determinar si se trataba de un plagio o del original.
- ¿Y bien?- preguntó impaciente Antonio.
- Paciencia- contesté mientras observaba minuciosamente la prueba.
- ¿Paciencia para qué?- refunfuñó el chino al olerse algo raro.
- ¡Eureka! ¡A mí la guardia! A fe mía que el chino es un bribón- exclamé exaltado ante el hallazgo.
Yo siempre era así de teatral.
El pobre chino puso una cara de susto que no se le podía negar.
Mientras, Antonio y Lluis le pusieron las esposas.
- Tiene usted derecho a permanecer en silencio. Todo lo que declare ahora podría ser usado en su contra- explicó Lluis.
- Pero esto es un error, un error. El cuadro es una copia. Ayer me la trajeron. ¿No pensarán que es el original? ¡Están ustedes locos!
Al llegar a la oficina dejamos al supuesto delincuente en una sala, a la entrada, bajo vigilancia policial.
En seguida nos dirigimos al despacho de la inspectora Hidalgo, exultantes por nuestro hallazgo.
- ¡Qué pelotazo! ¡Seguro que de ésta nos ascienden!- comentaba Antonio.
- Pues yo de momento no canto victoria- Lluis siempre era más prudente y más acertado.
Al llegar a la puerta del despacho que estaba entreabierta, Candela nos hizo pasar.
- Inspectora Hidalgo, le traemos lo que quería.
- No podía estar más de acuerdo con usted- contestó mostrando una sonrisa malévola que me hizo sospechar lo peor.
- Muéstrenme el cuadro.
Entre Antonio y Lluis pusieron el cuadro sobre el mostrador. Los tres nos unimos a la posición de Candela para contemplar la obra maestra.
- Realmente es un hallazgo- nada más decir eso, comenzó a reírse.- Si esto fuese un examen estarían ustedes suspensos.
- ¡No puede ser!- exclamó Antonio.
- ¿Y la firma?- preguntó la inspectora.- Todo ha sido un montaje y ustedes han caído como  moscas.
Mis compañeros, conmocionados, se dejaron caer en sendos asientos.
- Solo le voy a decir una cosa, inspectora- la contesté- “O que en vida foi cabrón non mellora na ocasión”.
Después de pronunciar esa ofensa,  abandoné la oficina y me confundí entre los viandantes.

* FUENTE DE LA FOTOGRAFÍA: ecologiaverde.com

viernes, 22 de octubre de 2010

La sombra de la verdad

Capítulo IV: La sombra de la verdad

Al llegar a la oficina la mañana siguiente encontré un gran revuelo entre los empleados.
- ¿Qué pasa?- pregunte a un subinspector al que conocía.
- Al parecer han llegado los enviados de la policía inglesa y están hablando con la inspectora Hidalgo. Creo que le están esperando. Lluis y Antonio ya han entrado.
Atajo de traidores. Eso es lo que eran. Ya me había extrañado a mí que no estuvieran en la cafetería de abajo donde desayunábamos por costumbre cada mañana.
Según me dirigía al despacho de la inspectora procuré sosegarme. Pero verían cuando acabara la reunión. Me iban a rendir cuentas. En mi opinión, la lealtad personal e institucional es algo importantísimo. Los que la obvian es por descuido y por ignorancia. Luego era un trozo de pan, no vayan a creer.
Llamé a la puerta y esperé contestación.
- Puede entrar, inspector Ares- en ese momento me planteé la posibilidad de que hubiera instalado una cámara a la entrada del despacho. Era la inconfundible voz de Candela.
La sala, tan pulcra como siempre, alojaba además de a la inspectora Hidalgo y a mis dos traidores compañeros, los cuales agacharon la cabeza nada más verme, a otros dos señores que, por su aspecto, supuse pertenecían a la policía inglesa.
En un inglés perfecto, yo diría casi natal, la inspectora formuló a los dos individuos una serie de preguntas relativas al robo del bendito cuadro.
- La Dama de Shallot es mucho más que una obra de arte. Estamos hablando de un cuadro que contiene secretos de Estado.
- ¿Cómo de Estado?- pregunté yo intentando adaptarme al competitivo nivel de inglés británico.
- The Lady of Shallot contiene un documento en su interior que por seguridad se escondió en el cuadro. Se trata de una información que comprometería peligrosamente a la Familia Real y que todos los expertos recomendaron esconder preferiblemente en un museo como el Tate Britain, caracterizado por una vigilancia impecable.
- Impecable hasta el momento del robo, claro- Antonio siempre hacía ese tipo de comentarios.
- Sí, pero en ese caso supongo que la investigación inicial se centro en los trabajadores del mismo museo- sugirió Hidalgo.
- Correcto, señorita, la investigación contemplo un gran número de investigaciones personales y privadas que no llegaron a ninguna conclusión.
- Y, ¿por qué piensan que es un español el que anda detrás de todo esto?- se veía que a Lluis no le hacía mucha gracia esa afirmación. Era un patriota de los de verdad. Catalán y español.
Muchas veces le había preguntado, malintencionadamente, si estaba a favor de la independencia de Cataluña, y su contestación era siempre la misma:
"Creo en el autogobierno de Cataluña en el contexto de una España plural y respetuosa con todos".
Yo, para fastidiar, le decía que a lo mejor se había equivocado de oficio y que debería replantearse lo de ser político, pero él desconfiaba de la política, como otros muchos ciudadanos de a pie.
No obstante, volvamos a la contestación del policía inglés:
- Lo único que les podemos decir es que esa información que contiene el cuadro podría perjudicar a la Familia Real inglesa y que puede haber cierto sector español interesado en ello.
Cuando salimos del despacho me quede pensativo un instante:
“¿Quién estaba interesado en ir contra la Corona británica? ¿Acaso se trataba de una intriga política? ¿O era más bien un tema personal que podía tener una proyección en la ciudadanía no deseada por la Familia Real inglesa?”

viernes, 15 de octubre de 2010

The Lady of Shallot

Capítulo III:  
The Lady of Shallot

Casi no podía contener los nervios cuando entramos al despacho de la inspectora Hidalgo; la señorita Candela (así es como la había conocido yo hasta entonces).
Me sentía como un niño que va a hacer un examen y quiere demostrar todo lo que sabe. Pero en este caso la que tenía que mostrarnos todo lo que sabía era la nueva jefa.
- Pasen, pasen… que no muerdo.
Mientras los tres entrábamos en el despacho ella nos indicó con la mano tres sillas que había colocado cuidadosamente enfrente de su mesa de trabajo.
Ciertamente el orden que ahora imperaba en la instancia causaba en mí un efecto sedante. Nuevas cortinas, nuevo material de oficina,… y al mismo tiempo deliciosas pinturas impresionista y el pintoresco retrato de sus abuelos (les mostraba el mismo respeto que su tío y eso me agradaba) presidiendo el despacho. Ya estaba más calmado.
- ¿Les gusta a ustedes la pintura?- preguntó la inspectora.
- Hombre depende de la pintura que sea- contestó Antonio al tiempo que miraba las obras impresionistas que, como antes he explicado, decoraban la sala.
- Ya suponía que usted no tendría la capacidad de apreciar el Impresionismo.
- Dígamelo a mí- intervine yo.- Cada vez que le intentó amansar con la música de Debussy, me llama antiguo.
Lo dije sin pensar, como si alguien me hubiese tirado de la lengua y no lo pudiese evitar, pero sorprendentemente causó una sonora carcajada en Candela que llenó la estancia de campanillas tintineantes al tiempo que causó un sonrojo llamativo en la pálida tez de mi compañero. Me miró con mala cara.
- Bueno, ¿y eso qué tiene que ver con el caso nuevo?
Lluis siempre iba al grano. Yo, a veces, le acusaba de ser insensible.
Cuando contemplaba los crímenes lo hacía con una profesionalidad que a mí me aterraba. Y lo más importante, era natural y campechano; una persona sana y sin malicias, aunque podía hacer daño con sus comentarios. Justo por eso, porque siempre decía la verdad y, en ocasiones, dolía.
- Pues tiene que ver y mucho.
- ¿Han robado un cuadro?- pregunté al instante.
- ¡Qué fino, Ares!- de nuevo rió.- Ha dado en el clavo.
- Bien, si es pintura española a fe mía que sabremos del cuadro. Los tres estudiamos Historia del Arte y…
- Y yo también- me cortó- pero eso ahora no interesa- Lluis se puso la mano delante de la boca divertido por la acidez que demostraba conmigo Candela. Casi podía oír sus pensamientos. “Inocente, inocente”.
- ¿Saben quién es John William Waterhouse?
- El que tiene la casa inundada- soltó Antonio.
En ocasiones le había reñido por decir tonterías en medio de una conversación seria. Era igual que un niño.
- Pues no, la casa no la tuvo inundada nunca, al menos, que yo sepa. No obstante, fue un pintor británico nacido en Roma que estuvo a caballo entre el neoclasicismo victoriano y el romanticismo. Pero vamos a lo que nos ocupa… Un cuadro de este señor ha sido robado en el museo Tate Britain de Londres. Se llama “La dama de Shalott” y, al parecer, tiene un gran valor para la policía inglesa pues nos ha pedido la colaboración en el caso. Tienen indicios de que la obra sustraída está en nuestro país.
Así pues, mañana les pasaré los informes de la policía británica… Espero que dominen a la perfección el inglés, ya que la traducción la tendrán que hacer ustedes.
- Hombre sería mejor en catalán, pero si no hay más remedio…- Lluis se levantó indignado con la intención de salir.
- ¡Quieto!- chilló la inspectora.- Yo no le he dado permiso para salir.
Luis me miró como pidiendo que le ayudara pero sabía que no lo iba a hacer por su propio bien. Eso le habría enemistado aun más con la inspectora.
- Siéntese- insistió Candela.
Luis se volvió a sentar y se cruzó de brazos con un gesto desafiante.
Candela le sonrió, se levantó, caminó hasta la puerta y la abrió.
- ¡Váyanse! ¡Vamos, ya tardan!
Uno a uno fuimos saliendo. Cuando hacía yo lo propio, me paró y me dijo:
- Si tanto le gusta Debussy no lo comparta con estos ingratos, no le comprenderán. Es un consejo.
- Gracias, supongo- contesté como un autómata.
 El caso es que salí con la cabeza dándome vueltas como una noria. ¿Un cuadro inglés poco conocido y robado por un español o al menos por alguien residente en España? ¿Por qué ese interés tan acentuado por parte de la policía británica? Por lo que había dejado entender Candela el interés iba más allá del puro procedimiento previsto para esos casos. Y sobre todo, ¿quién sería aquella enigmática dama de Shallot?

viernes, 8 de octubre de 2010

El retrato de los Hidalgo

(Participación en el concurso de Paradela) 

Capítulo II: El retrato de los Hidalgo

Es curioso que a pesar de la transformación que había experimentado el despacho, permanecía idéntica la posición de un retrato que tantas veces había contemplado. Se trataba de una pareja de esas de antaño. De las que se casaban jóvenes y tenían muchos hijos y vivían felices hasta que la vida se les agotaba. Siempre me había deleitado contemplando la peculiar escena que trasmitía serenidad, rectitud y humildad, valores tan apreciados por mí.
Se trataba del retrato de boda de los padres del inspector Hidalgo, mi hasta ahora jefe. Era admirable la devoción que siempre había demostrado por ellos. Su madre se llamaba Ana y su padre, Juan.
- En ellos tuve mis mejores consejeros.
Lo extraño era que el nuevo jefe conservara la citada pieza y, más aun, que Hidalgo la hubiese dejado en el despacho. Realmente sí que había perdido cualidades.
Mientras yo cabilaba en silencio, la silla giratoria viró de tal manera que pude ver el rostro de mi nuevo jefe, o mejor dicho...
- ¿Señorita Candela?- exclamé contrariado.
La interpelada colocó el sombrero sobre el mostrador y se acercó para darme su mano, blanca como la nieve, en gesto de saludo.
- ¿Sorprendido, inspector Ares?
- Con sinceridad... sí. No tenía noticia sobre su ascenso- contesté al instante.
- Ya ve, a pesar de que mi tío quería que continuara cursando masters en el extranjero, insistí en incorporarme al trabajo.
La señorita Candela, como yo la había llamado, era la sobrina del inspector Hidalgo. Una excelente licenciada en criminología. Una mente privilegiada, y a pesar de lo que pudiese pensar la gente, yo sabía, con certeza, que si estaba donde estaba era porque valía.
- ¡Mucha cultura del pelotazo es lo que hay aquí!- chismorreó indignado Antonio mientras Lluis asentía con la cabeza.
- No seáis malpensados; la inspectora Hidalgo tiene un expediente envidiable. Es un honor contar con una profesional como ella en la oficina.
- Sí, pero no tiene la experiencia que tenemos nosotros y... por mucho que digas se ha valido del enchufe- refunfuño Antonio.
- Además... es una mujer- soltó Lluis.
- No seas cromañón ni machista- grité- sabes que no soporto comentarios de ese tipo. Una mujer tiene la misma perspicacia que un hombre, incluso en ocasiones diría que más, ¿no crees?
- Perdón- se disculpó- pero es que la envidia es muy mala.
- Y tanto- murmuró Antonio.
- Ahora lo que debemos hacer es integrarla en el grupo y mostrar toda la amabilidad que nos sea posible- dije dirigiéndome a Lluis y después a Antonio.
- Sí, papá- respondieron ambos al unísono.
Les iba a dar con la carpeta para que no siguieran con la burla cuando entró la inspectora Hidalgo.
- Ya veo a qué se dedican.
- No piense mal, inspectora- respondí inmediatamente- estabamos descansando unos minutos.
- Muy bien, pues ya tienen aquí entretenimiento.
Tiró una carpeta sobre el mostrador de Lluis.
- A las seis les espero con los informes terminados. Tengo que hablarles de un nuevo caso. Buenas tardes.
A continuación pegó un portazo y se esfumó.
- Para que veas- Antonio se levantó y me dio una palmadita en la espalda- Integración y amabilidad. Menuda fiera.
- Ala, ala- les ordené mientras me sentaba en el mostrador- a trabajar, que si no lo mismo nos dejan sin jornal.
Los tres reímos y nos pusimos manos a la obra con los informes.
Realmente la señorita Candela había entrado pisando fuerte. No esperaba menos de ella. Era una mujer inteligente y con recursos que no se iba a dejar acobardar por una panda de neanderthales. Pero, ¿qué nuevo caso habría llegado a la oficina? Extraño era que no me huebiese enterado de nada. Algo gordo tenía que ser.

viernes, 1 de octubre de 2010

El misterioso sombrero negro

Capítulo I: El misterioso sombrero negro

El reloj marcaba las doce en punto.
- Pasen- dijo el inspector Hidalgo.
Nunca había visto su despacho tan abarrotado.
Una vez nos sentamos en las sillas libres que quedaban…
- Veinticinco años. Veinticinco años he trabajado en esta oficina. Pero el tiempo pasa y, ya ven, me llegó la jubilación.
Un murmullo generalizado recorrió la sala. Yo, de la impresión, me quedé sin palabras. ¿Tantos años tenía Hidalgo?
Bien es verdad que nunca habló mucho de su edad, pero hasta donde alcanzaba, hubiera jurado que apenas rozaba las sesenta primaveras.
- Sí, una jubilación anticipada, un pelotazo- algunos rieron- pero como comprenderéis la percepción no es igual a los treinta que a los sesenta. Ya va tocando dejar paso a las nuevas generaciones que siempre aportan algo nuevo. Bueno o malo, pero algo nuevo.
- Desde luego que no me lo esperaba- comentó Lluis sentado en su sillón del despacho.
- Ni yo- dijo Antonio mientras archivaba unos informes en una carpeta del armario.
Nuestro despacho no era tan amplio como esos que aparecen en las películas, pero era lo suficientemente espacioso como para que entrásemos en él con nuestros bártulos.
- Es extraño que se jubile de forma tan apresurada, eso no cabe duda, pero la cuestión es quién será su sucesor- sugerí malintencionadamente.
- Ares, Ares- corearon Antonio y Lluis al unísono.
- Bien, si el pueblo me aclama, yo no me negaré.
Los tres reímos. De sobra sabíamos que no estaría entre los planes del hasta ahora jefe ascenderme. No era uno de sus preferidos, ni quería serlo, a decir verdad.
Después del trabajo fuimos a tomarnos unas cañas al bar que estaba justo debajo de la oficina.
- Oye, me ha dicho Clara que el nuevo jefe llega mañana- cuchicheó Antonio- y que llega pisando fuerte.
- Mientras no nos pise el cuello, todo va bien- sentenció Lluis certeramente.
- Sí, peor que Hidalgo seguro que no puede ser. Aunque nunca se sabe, muchas veces más vale lo malo conocido que lo bueno por conocer.
Al llegar, a la mañana siguiente, a la oficina, Clara me paró en el mostrador de Secretaría.
- Ares, el jefe le espera en su despacho.
- ¿El nuevo?
- Ya verás qué sorpresa.
Mientras caminaba la intranquilidad aumentó por segundos: ¿De quién se trataba? ¿Por qué me iba a sorprender, según Clara, del nuevo nombramiento? ¿Era alguien conocido?
Llamé a la puerta.
- Pase- contestó una voz ronca.
Al entrar pude comprender que la oficina iba a cambiar mucho.
La estética del despacho había evolucionado del barroco menos complejo al clasicismo más evolucionado.
El orden cuadriculado, la sobria decoración y sobre todo la ausencia del maldito humo que tanta tos me producía en las numerosas reuniones con Hidalgo.
“¡Que maravilla!”, pensé, las cosas iban a cambiar para bien.
Pero lo cierto es que no pude ver cara ninguna.
El jefe estaba sentado en la silla giratoria dándome la espalda y lo único que pude ver fue un misterioso sombrero negro que provocó en mí un escalofrío indescriptible. Uno de esos que te hacen presentir lo peor.

viernes, 24 de septiembre de 2010

Prólogo

La puerta del despacho estaba entreabierta. Salía un murmullo que suponía era la voz de mi jefe en una conversación con el juez de guardia o algún otro compañero de la profesión.
- Pase, Ares, pase.
Mientras me recibía, colgaba el teléfono inalámbrico.
- ¿Qué tal las vacaciones? ¿Vienes descansado?
Yo sabía que no esperaba respuesta, así que me quedé callado.
- Bueno, espero que sí.  Tarea no te va a faltar. Ya sabes.
No soportaba ese tono de superioridad, pero era lo que había.
Mientras me despedía, me dijo dándome una palmadita en la espalda:
- No te preocupes, dentro de poco tendréis una sorpresa que seguro os agrada.
No me gustaba nada ese aire misterioso con el que intentaba, en ciertas ocasiones muy contadas,  embriagar su perezoso discurso.
- Muy bien, si no dispone más me voy a las tareas.
Era como un ritual. Cada año. Al llegar de vacaciones. Ni mejor ni peor que otro. Quizás culpa mía. Las distancias que han de mantenerse con el jefe, eran para mí un punto sagrado y clave en las relaciones laborales.
Al entrar en mi oficina,  recordé que no había preguntado al inspector Hidalgo, el jefe, por la familia. Pero ya era tarde, no valía la pena pensar en ello.
- ¡Qué tal, Vicente!
Era Lluis, mi mano derecha en el trabajo. Un joven catalán vivaracho y parlanchín, que a pesar de su apariencia despreocupada, era el más competente de los que conocía en la profesión.
- Hombre jefe, ya era hora de que llegara, tenemos que charlar sobre las vacaciones.
Este era Antonio. Andaluz. Mi mano izquierda. El más joven de los tres. Tenía 27 años y había conseguido sacar unas oposiciones que le permitieron mantener el puesto de prácticas en nuestra oficina de forma permanente.
- Ya se que me habéis echado de menos, pero ahora a trabajar. Cuando acabemos lo que tengamos ya hablaremos de las vacaciones.
- Sí mi general- soltó Antonio.
- Sin guasas, niño- contesté yo con malicia. Antonio no soportaba que le llamaran niño.
A media mañana,  sin previo avisó, entró Clara, la secretaria de nuestro centro.
- ¡Qué bombazo, qué bombazo!- exclamaba casi sin aliento de la emoción.
Me levanté y me acerqué a ella.
-Tranquilízate, Clara, ¿de qué se trata?
Mis dos compañeros imitaron mis movimientos y se acercaron a ver qué pasaba.
- No os lo puedo decir, pero hay reunión en el despacho del jefe en cinco minutos.
Salió corriendo y nos dejó con un palmo de narices sin saber muy bien de qué iba la cosa.
- ¿Qué será?- preguntó Antonio.
- No lo sé, pero no me gustan las sorpresas y menos si vienen de Hidalgo.
Seguro que nos tenía algo preparado, recordé que me lo había dicho al llegar al trabajo, y lo cierto es que lo que decía siempre lo cumplía. Y de qué manera.

La casa del alto

El día había sido asfixiante, todos los papeles en el escritorio, diplomáticos entrando y saliendo...
Mi mente desconectaba por momentos con la realidad y volaba hacia la casa del alto. Esa casa que me traía tantos recuerdos, tantas emociones, tantas sensaciones...
Una estrecha vereda surcaba la colina modelada por el viento que llevaba a mi casa. Era mi santuario, mi refugio, mi hogar. Ese lugar que te hace olvidar todo lo que te rodea. Un lugar de reposo, de reflexión.
- Señor Ministro, le llaman por la linea dos, es su homólogo francés.
Agnes, mi secretaria, conseguía espabilarme y sacarme de ese ensimismamiento temporal del que era víctima en días como aquel.
- Gracias, Agnes, en seguida estoy.
Las labores de gobierno no son tan fáciles como puedan parecer desde fuera. Cuando llegas a un ministerio es cuando te das cuenta de lo que es la política con mayúsculas. Es cuando descubres, realmente, la compleja relación entre los distintos actores sociales. ¡Y todos llevan algo de razón, o al menos eso te hacen creer!
Pero lo importante es que no renuncies a tus ideales. Y cuando te obligan a ello, ser valiente y dejar el cargo.
Porque la política es como esa casa del alto, una mansión que ha de ser incorruptible al paso del tiempo y que ha de conservar la esencia de lo humano y mejorar, en virtud de lo vivido, la calidad de vida de la ciudadanía. Sobre todo, ha de ser algo dinámico, algo que se adapte al cambio que la sociedad, cual ser vivo,  experimente.
- Bien sûr, monsieur, bien sûr. Nous parlons demain. Au revoir.
Un hombre muy agradable, el Ministro de Asuntos Sociales francés. Tenía un sentido del humor especial. Pero yo hacía por comprenderle, aunque no le pensaba invitar a mi casa del alto.


jueves, 23 de septiembre de 2010

Comenzando con el principio

Y el principio solo podía ser presentarse. Intentaré dar lugar en esta Posada a la creatividad y a una forma de comunicación mucho más artística y literaria que periodística.
Mañana más.