viernes, 24 de septiembre de 2010

Prólogo

La puerta del despacho estaba entreabierta. Salía un murmullo que suponía era la voz de mi jefe en una conversación con el juez de guardia o algún otro compañero de la profesión.
- Pase, Ares, pase.
Mientras me recibía, colgaba el teléfono inalámbrico.
- ¿Qué tal las vacaciones? ¿Vienes descansado?
Yo sabía que no esperaba respuesta, así que me quedé callado.
- Bueno, espero que sí.  Tarea no te va a faltar. Ya sabes.
No soportaba ese tono de superioridad, pero era lo que había.
Mientras me despedía, me dijo dándome una palmadita en la espalda:
- No te preocupes, dentro de poco tendréis una sorpresa que seguro os agrada.
No me gustaba nada ese aire misterioso con el que intentaba, en ciertas ocasiones muy contadas,  embriagar su perezoso discurso.
- Muy bien, si no dispone más me voy a las tareas.
Era como un ritual. Cada año. Al llegar de vacaciones. Ni mejor ni peor que otro. Quizás culpa mía. Las distancias que han de mantenerse con el jefe, eran para mí un punto sagrado y clave en las relaciones laborales.
Al entrar en mi oficina,  recordé que no había preguntado al inspector Hidalgo, el jefe, por la familia. Pero ya era tarde, no valía la pena pensar en ello.
- ¡Qué tal, Vicente!
Era Lluis, mi mano derecha en el trabajo. Un joven catalán vivaracho y parlanchín, que a pesar de su apariencia despreocupada, era el más competente de los que conocía en la profesión.
- Hombre jefe, ya era hora de que llegara, tenemos que charlar sobre las vacaciones.
Este era Antonio. Andaluz. Mi mano izquierda. El más joven de los tres. Tenía 27 años y había conseguido sacar unas oposiciones que le permitieron mantener el puesto de prácticas en nuestra oficina de forma permanente.
- Ya se que me habéis echado de menos, pero ahora a trabajar. Cuando acabemos lo que tengamos ya hablaremos de las vacaciones.
- Sí mi general- soltó Antonio.
- Sin guasas, niño- contesté yo con malicia. Antonio no soportaba que le llamaran niño.
A media mañana,  sin previo avisó, entró Clara, la secretaria de nuestro centro.
- ¡Qué bombazo, qué bombazo!- exclamaba casi sin aliento de la emoción.
Me levanté y me acerqué a ella.
-Tranquilízate, Clara, ¿de qué se trata?
Mis dos compañeros imitaron mis movimientos y se acercaron a ver qué pasaba.
- No os lo puedo decir, pero hay reunión en el despacho del jefe en cinco minutos.
Salió corriendo y nos dejó con un palmo de narices sin saber muy bien de qué iba la cosa.
- ¿Qué será?- preguntó Antonio.
- No lo sé, pero no me gustan las sorpresas y menos si vienen de Hidalgo.
Seguro que nos tenía algo preparado, recordé que me lo había dicho al llegar al trabajo, y lo cierto es que lo que decía siempre lo cumplía. Y de qué manera.

La casa del alto

El día había sido asfixiante, todos los papeles en el escritorio, diplomáticos entrando y saliendo...
Mi mente desconectaba por momentos con la realidad y volaba hacia la casa del alto. Esa casa que me traía tantos recuerdos, tantas emociones, tantas sensaciones...
Una estrecha vereda surcaba la colina modelada por el viento que llevaba a mi casa. Era mi santuario, mi refugio, mi hogar. Ese lugar que te hace olvidar todo lo que te rodea. Un lugar de reposo, de reflexión.
- Señor Ministro, le llaman por la linea dos, es su homólogo francés.
Agnes, mi secretaria, conseguía espabilarme y sacarme de ese ensimismamiento temporal del que era víctima en días como aquel.
- Gracias, Agnes, en seguida estoy.
Las labores de gobierno no son tan fáciles como puedan parecer desde fuera. Cuando llegas a un ministerio es cuando te das cuenta de lo que es la política con mayúsculas. Es cuando descubres, realmente, la compleja relación entre los distintos actores sociales. ¡Y todos llevan algo de razón, o al menos eso te hacen creer!
Pero lo importante es que no renuncies a tus ideales. Y cuando te obligan a ello, ser valiente y dejar el cargo.
Porque la política es como esa casa del alto, una mansión que ha de ser incorruptible al paso del tiempo y que ha de conservar la esencia de lo humano y mejorar, en virtud de lo vivido, la calidad de vida de la ciudadanía. Sobre todo, ha de ser algo dinámico, algo que se adapte al cambio que la sociedad, cual ser vivo,  experimente.
- Bien sûr, monsieur, bien sûr. Nous parlons demain. Au revoir.
Un hombre muy agradable, el Ministro de Asuntos Sociales francés. Tenía un sentido del humor especial. Pero yo hacía por comprenderle, aunque no le pensaba invitar a mi casa del alto.


jueves, 23 de septiembre de 2010

Comenzando con el principio

Y el principio solo podía ser presentarse. Intentaré dar lugar en esta Posada a la creatividad y a una forma de comunicación mucho más artística y literaria que periodística.
Mañana más.